¿Cómo hablamos mal los chilenos?

Artes y Letras, El Mercurio
Agosto de 1999
Por Juan Andrés Piña

Guillermo Blanco  —novelista, cuentista y periodista—, recién designado Premio Nacional de Periodismo, reflexiona en esta entrevista sobre el actual uso del castellano, las influencias televisivas y norteamericanas en nuestro idioma y el actual dominio de la siutiquería en el habla doméstica y de los medios de comunicación.

A través de sus cientos de artículos en revistas, en sus clases universitarias, en algunos de sus libros y en conferencias, el novelista, cuentista y periodista Guillermo Blanco (Talca, 1926) ha reflexionado extensamente, con humor y lucidez, respecto del uso del castellano en Chile. Sus críticas, apologías y rechazos muchas veces se han centrado precisamente en el periodismo nacional, actividad que él ejerce desde 1946. Formador de generaciones de profesionales de las comunicaciones, Guillermo Blanco ha ocupado todas las variedades que el periodismo ofrece: redactor, reportero, editor, entrevistador, columnista  e incluso director de programación de Televisión Nacional de Chile a finales de los años 70.

Usted ha hablado en varias ocasiones sobre las fuerzas que históricamente han moldeado los idiomas.

En todas las historias de los idiomas hay dos fuerzas que se contrapesan: los hablantes cultos y la masa del pueblo. La primera tiene más conocimientos y no llega simplemente y recibe, sino que selecciona, y la segunda tiene más vivo el genio de la lengua; por un lado la sabiduría y por otro lado el instinto. Yo me acuerdo que hace tiempo un divulgador del idioma decía “esa palabra no existe”. Eso es un disparate total, porque las palabras no nacen en el diccionario. Lo que él quería decir era que la palabra no estaba registrada, porque las palabras nacen en el uso, en el habla, y el diccionario las recoge de ahí.

¿Contribuyó la progresiva alfabetización a la presencia del hablante culto?

Por supuesto. La gente culta tenía sobre todo la fuerza del lenguaje escrito y a medida que el pueblo se fue alfabetizando, su influencia pasó a ser mayor: había más gente de la masa que leía más. Eso se nota en la ortografía castellana, por ejemplo, que entre los siglos XVIII y XIX se estabiliza. El Quijote, digamos, estaba lleno de “faltas de ortografía” porque era una grafía mucho más libre que se va ordenando con el tiempo, en la medida que se difunde la lectura.

¿Y qué pasa en la actualidad con la complementación entre esas dos fuerzas modeladoras del idioma?

Parece que ahora no ha funcionado el juego de fusiones que había antes, entre la lengua del pueblo y el idioma del hablante más informado, más académico. Actualmente, en el ámbito público ha entrado con mucha fuerza el “medio pelo”, ese que está entre el pelo tosco y el pelo fino. Aunque no exactamente, es lo que nosotros llamamos siútico. Hoy día el siútico se está metiendo en todas partes y aquí la televisión ha tenido un influjo muy fuerte. No quiero decir que la televisión sea intrínsecamente perversa, sino que ayuda a la masificación de un uso siútico del castellano: esa gente que cree que sabe, pero no sabe lo suficiente para darse cuenta de que no sabe. Siento que el hablante culto y el hablante del pueblo están prácticamente incomunicados, porque la comunicación la están manejando, en general, los medios pelos. Incluso cuando aparece gente más de pueblo en la televisión, por ejemplo, tratan de imitar al medio pelo porque ése parece ser el idioma oficial de Chile.

¿Cómo caracterizaría a ese medio pelo, o siútico, con respecto del uso del idioma?

Como este tipo de personas no sabe, cree que cualquier palabra extranjera es inglesa y la pronuncia como tal. Por ejemplo, plus, que es una palabra latina y que está en nuestro idioma, ellos la pronuncian como plas. O dicen prímium por prémium, que en realidad es el origen del premio, en castellano, un término que nosotros tenemos. Lo que pasa es que los gringos no la tenían y se la pidieron prestada al latín, que es como pedírsela prestada a nuestro abuelo. Y aquí los siúticos la pronuncian de una manera presuntamente inglesa. Otro caso es automotriz. Cuando el siútico la vio, se fascinó y creyó que todo lo que se refería a los autos era automotriz, cuando en realidad significa “la que se mueve por sí sola”. Y hablan, entonces, de “seguro automotriz”, es decir, un seguro que se mueve por sí solo, asunto que jamás se ha visto. Otro caso es el de “medios de comunicación”, que en muchas partes aparece como los media. ¿Qué pasó aquí? Que el idioma inglés tomó en préstamo la palabra del latín, midium, y como su plural es media, nosotros damos la vuelta, retrocedemos 17 siglos y usamos este término, cuando hacía mucho rato que el castellano tenía las palabras medio, como singular, y medios, su plural.

Otro caso que se ha puesto de moda es decir “no me hace sentido”, por “no tiene sentido”.

Aquí la expresión está tomada de la fórmula inglesa It doesn’t make sense to me, cuya traducción es “no tiene sentido”, tan simple como eso. Pero como ahora viaja mucho más gente a Estados Unidos que no sabe ni inglés ni castellano, traduce literalmente expresiones como ésas: make por “hacer”. Es decir, vamos a pedir plata prestada con la bolsa llena. Tengo la impresión que de esta manera estamos destruyendo una cosa valiosa, porque en la medida en que un idioma se empieza a hacer poroso de esa manera, se reblandece.

Pero son normales en los idiomas los cambios y las mutuas influencias. ¿No será esto el mismo fenómeno de siempre?

Lógicamente que los idiomas cambian, se enriquecen. Aunque el castellano nació del latín, que es su gran base, tiene una cantidad enorme de palabras de origen árabe, palabras que las tomó por decisión libre y que no tenía: álgebra, química, acequia. Este caso ejemplifica muy bien la convivencia de las lenguas: uno toma palabras del otro, que es más culto. Es legítimo que nosotros hayamos aceptado algunas palabras del inglés, como radar. No la teníamos, porque tampoco teníamos el objeto. Otro caso es el de jardín, que en España se llamaba huerta; pero los españoles que fueron a Francia y vieron estas huertas tan bien tenidas, adaptaron la palabra para nombrar aquella huerta muy bien hecha, muy decorativa y quizá nada de útil. Hicieron la diferencia.

Préstamos legítimos.

Todo eso es legítimo, un préstamo bien tomado. Podríamos decir que el castellano es un latín mal hablado, pero esa derivación que se produjo fue con creatividad. Cada pueblo que usó el latín le fue introduciendo algo de su gramática, de su sintaxis, de su pronunciación, de su propio genio: el italiano, el francés y el castellano tienen una misma base, pero cada uno posee un mundo propio. La diferencia es que ahora tanto el hablante culto como el de pueblo gravitan muy poco en la selección de términos extranjeros. Por eso es que se toman prestadas palabras innecesarias. Un ejemplo típico de préstamo imbécil: schock. ¿Por qué no usar choque, que es exactamente lo mismo, donde no hay un matiz de diferencia?

Es que schok tiene una “K” y se ve más distinguida.

Seguramente. Aquí el problema no es sólo sustituir una palabra que teníamos, sino que se va al revés de la historia: en lugar de castellanizar los préstamos, anglisamos nuestras propias palabras. Otro caso es la traducción de aggressive, del inglés, que en ese idioma no significa ni violento ni brutal, sino con fuerza, con empuje, y que aquí lo traducimos como “agresivo”. Según ese criterio, una buena reunión en una empresa debería convertirse en una batalla campal. Actualmente, en ciertas tiendas que quieren ser más exclusivas no dicen “liquidación”, sino que sale (seil), pero ahí les salió un glorioso tiro por la culata, porque la gente ya dice sale, es decir, que la mercadería se va del local. Al final, es mucho menos refinado que las cosas salgan a que estén en liquidación. Para este mismo significado han tomado el término centroamericano “barata” o “gran barata”, sin darse cuenta de que aquí también significa cucaracha, y no sé quien tendrá el estómago para ir a una tienda a comprar una cucaracha gigante.

Aunque sin tratar de culpar a la televisión de todo, ¿de qué otra manera ha tenido una influencia negativa en el uso del idioma?

La televisión es básicamente un vehículo de entretención y no le podemos pedir aquello que no es, pero el doblaje de las películas norteamericanas ha influido en la deformación del castellano. Los doblajes están hechos por gente que está mucho más preocupada de que las palabras se parezcan a como se dicen en inglés, para que los labios de los personajes coincidan. Es decir, donde el gringo dice elevator, lo traducen por elevador, y no por ascensor. Pero un caso grave, por ejemplo, es cuando dicen evidence, que lo traducen por evidencia, y no es lo mismo. Es decir, si en una película un abogado dice “esa evidencia no es suficiente”, hay un error tremendo, ya que en castellano evidencia significa algo que es, que no admite discusión. En inglés, evidence es solamente prueba. En castellano tenemos el matiz: una prueba puede ser débil y una evidencia es algo irrebatible. Y estamos perdiendo justamente un capital conceptual y de inteligencia por un asunto meramente de doblaje. Lo grave es que ya se está usando evidencia como sinónimo de prueba. Sacrificamos algo en que somos superiores por aquello en que el inglés se mueve a tientas.

Aunque no tiene origen inglés, desde hace un tiempo se hace una diferencia aparentemente inexistente entre ver y visualizar.

Pero es que ahí sí hay una diferencia: la gente común ve; los siúticos visualizan. Lo mismo que con visión o mirada: se prefiere óptica, que les suena mejor. Entre los últimos disparates está el de técnica y tecnología: se dice que un equipo de música, por ejemplo, está hecho con una tecnología muy avanzada, cuando resulta que tecnología significa “estudio de una técnica”. Ciertas jergas actuales han impuesto expresiones que van contra la razón: por ejemplo, “crecimiento negativo”. ¿Por qué no decir, por último, “decrecimiento” o “reducción”?

Una tendencia periodística actual de los medios de comunicación, según usted ha observado, es decir cosas simples de una manera rebuscada.

Claro, porque les parece que así las cosas son más importantes. En lugar de decir, por ejemplo, que “en Colonia Dignidad no ha pasado nada”, dicen “al interior de Colonia Dignidad”… Ello, además, es un error, porque al interior significa “algo que se está moviendo dentro de”. Otro caso: no sé qué diferencia puede haber entre algo tan simple como que un acontecimiento ocurrió “ayer en la tarde”, que “en horas de la tarde de ayer”. “El pasado viernes llegó fulano”; bueno, si fue el viernes, para qué decir pasado… El siútico no se conforma con llamar a las cosas por su nombre, porque cree que es más distinguido complicarlas, cree que las asciende de categoría. En Chile ahora no hay nadie que arranque o que huya, porque decirlo así es muy corto y simple: la gente se da a la fuga. Al siútico le parece insuficiente llamarle lista a la lista, y le pone listado. En los diarios los cortes de luz pasaron definitivamente a ser “interrupción en el suministro de energía eléctrica”. En el periodismo deportivo, los arqueros ya no reciben una pelota, sino que “recepcionan el aéreo”…

Otro caso sobre el cual usted ha reflexionado es la masificación del uso del garabato, que no la encuentra tan grave.

Bueno, la palabra huevón, como grosería, ya desapareció: de ser adjetivo ha pasado a ser interjección y éstas, por definición, no tienen gran carga. De hecho, la mayoría de los que la usan no está tratando de ofender a la otra persona, menos a una mujer, quienes también han entrado en la categoría de onas. Que esta palabra se haya vaciado de contenido es positivo, porque así tenemos un insulto menos. Pero sí hay un problema en este caso: con esa palabra rellenamos, pero no decimos. En lugar de nombrar algo, le llamamos la “huevada ésta”. Se trata de flojera mental y ése es el verdadero problema y no que sea o no una grosería. Hay consenso en que los chilenos hablamos mal, pero yo sostengo que muchas veces la gente se fija en cosas que son secundarias. En todo caso, la masificación del garabato es mundial. En Estados Unidos están preocupadísimos con el tema. El famoso fucking, que aparece en casi todas las películas norteamericanas…

Aquí se castellanizó “echar la foca”, que se usa para decir que a una persona se le dio un reto o un insulto…

Es una buena adaptación, y divertida. Pero ojo: en las películas, la traducción de ese insulto se hace de manera muy velada, muy suave, porque si realmente colocaran lo que significa, no sé qué pasaría en Chile. Hay que pensar sólo en el caso de fuck you, que se traduce muchas veces como una negación, aun cuando significa “que te violen”. O algo peor. Para qué hablar de esa expresión casi barroca: mother-fucking bastard, frente a la cual nosotros parecemos niños de pecho en el uso del garabato.

¿No existirá en su postura un cierto nacionalismo lingüístico?

No lo creo. Tengo la impresión de que a veces estamos hablando el castellano como si fuera una lengua secundaria, y no aquélla con que nos criamos y crecimos, esa que amamos. Progresivamente vamos teniendo un idioma de segunda mano y es una lástima, porque el nuestro no debe ser relegado al patio trasero ni apolillarlo o reblandecerlo como lo estamos haciendo.