Revista 7 Días
1966
Por Rosario Guzmán
¿Usted leyó Revolución en Chile?
¿Y Gracia y el Forastero?
Son las obras más conocidas de Guillermo Blanco, quien acaba de ganar el Premio Municipal otorgado por la Municipalidad de Santiago, premiando sus cuentos Cuero de Diablo.
Tras las páginas de sus libros hay un hombre de una personalidad singular. Es el mismo que, al criticar unos libros llenos de “bla-bla“, firmara como Guillermo Bla-Blanco. Ironía, humor, sensibilidad.
Este es su retrato.
Cara redonda, ojos muy vivos. Una sonrisa esconde una gran dosis de humor. Habla muy bajo y mientras escucha ya prepara en su interior la frase ágil e ingeniosa que lanzará después. Es optimista, lleno de vida. Se ríe del mal humor y no cree en la tragedia. En su mente circulan cientos de personajes “en busca de su autor”. Y allí está Guillermo Blanco, dispuesto a darles vida, a guiarlos y a perfeccionarlos, pero siempre dejándolos libres. Unos lo califican de humorista, otros de romántico; los menos le llaman purista, pero todos concuerdan en el gran valor de su ironía. Dice sutilmente todo aquello ingenioso que se le viene a la mente. Y tras esa sonrisa brota el contenido muchas veces profundo, que hiere la sensibilidad de quien lo escucha o lo lee. El autor de Revolución en Chile, Gracia y el Forastero, Misa de Réquiem, y de cuentos célebres como Adiós a Ruibarbo, gana hoy el Premio Municipal de Cuento con Cuero de Diablo. Ahora conversa con 7 Días, y cuenta pormenores de su vida y de su obra.
¿Se esperaba el Premio?
No. Casi pensé que sería imposible ganarlo. ¿Las razones? No puedo darlas. En todo caso, quisiera hacer notar una coincidencia curiosa. Compartí el premio con Lautaro García, uno de los primeros autores chilenos que conocí. Recuerdo que mi profesor de castellano, Roberto Guerrero, nos lo enseñó en clases en 3° de preparatoria.
¿Cuál es el tema de su serie de cuentos Cuero de Diablo?
Son historias de bandidos. El personaje central es un cuatrero que conocí hace mucho tiempo en el fundo de un tío mío. Lo apresaron; su historia me quedó grabada. En cuanto a los personajes secundarios, han ido brotando con el tiempo, y cada día me encariño más con ellos.
¿Cuál cree usted que es el principal valor de la obra?
Creo que en ella han surgido personajes del pueblo con valores profundos. Hay descubrimiento de caracteres. Entiendo al pueblo, y lo encuentro valioso. Es bueno, generoso y bastante inteligente. No se complica con detalles, soluciona todo con un alambrito, y no llega la neurosis (como nosotros) por problemas como de califont o de falta de empleada. El pueblo chileno es sencillo, y ello constituye un rico material para una obra literaria.
Hay quienes lo califican de romántico posiblemente por Gracia y el Forastero. ¿Qué piensa al respecto?
Que simplemente se equivocan. Nada tengo de romántico. Si recordamos el período romántico, concluiremos en que fue una época pesimista, más bien fatalista; se habla del “tedium vitae”. Yo soy optimista, lleno de fe en la vida. Alguien que leyó Gracia y el Forastero me dijo al terminarla que le había levantado el ánimo. Yo le creo. No soy derrotista, y miro con fe hacia adelante. ¿Cómo, entonces, podría calificárseme de romántico?
¿Se clasificaría en alguna forma?
Es lo último que quisiera. Creo que el ser humano es un todo constituido de muchas partes, y que al definirlo se llegaría a una limitación inaceptable. Puedo escribir cosas divertidas como tristes, ¿no tiene el hombre diversos estados de ánimo? ¿Acaso el humorista se ríe toda la vida, o el triste llora interminablemente? Además, todo depende desde el ángulo en que se mire. Entre mis amigos, unos me han tachado de fome solemne mientras otros aseguran que soy un chacotero impenitente.
¿Qué elementos de su vida lo han encauzado por el camino de la literatura?
Básicamente, la soledad en que he vivido toda la vida. No en el sentido de sentirme solo; claro que no, sino de tener una gran cantidad de tiempo para mí mismo. Me gusta caminar; cuando muchacho recorrí prácticamente todo Santiago a pie. En mis caminatas inagotables pensaba en mil cosas, discurría; diversos personajes iban brotando en mi mente, hasta que la necesidad de traducirlos al papel me parecía ineludible.
¿Hay alguna idea que “le esté rondando” actualmente?
Al ir por la calle, en varias ocasiones, me he encontrado con la imagen de una niña con la cara muy limpia, casi transparente. La siento indefensa, de una bondad que pasma; algo realmente valioso y lleno de pureza. Es difícil explicarlo, pero espero que en cualquier momento pueda hacerlo brotar en un conjunto de palabras.
¿Y dónde se esconden en usted el mal humor, la rabia, las ganas de insultar a los tontos?…
En el buen humor. Allí es cuando escribo en broma; me río de mí mismo. “Lo tomo con filosofía”…
¿Qué me dice de su gran aliada la ironía?
Que la encuentro buena y la llevo dentro. A veces reto a mis niños con ironía, y no siempre me entienden. En todo caso, es un excelente vehículo para avanzar por donde se quiere y para eludir lo que no se quiere.
Es un técnico de la lengua, dicen algunos. ¿Qué les responde usted?
Que es falso. No concibo la técnica en el escribir; eso de fabricar escritores. Creo, sí, en el oficio literario. Yo escribo lo que siento y tiempo después descubro lo que quise decir. No creo en los mensajes, lo que en el fondo es la moraleja, pertenecen a la fábula y no a la novela ni al cuento.
¿Hasta qué punto cree que la vida privada de un artista puede influir en su obra?
En gran medida. Así como le conté la importancia de mi soledad en la vida, también creo que la educación y el ambiente condicionan en gran parte al artista. ¿En cuanto a mí? Me eduqué al estilo español, los principios morales y la rectitud en la vida fueron valores que quedaron profundamente grabados en mí. Quizá también los refleje en mi obra.
Si tuviera que decirle algo concreto al lector o al hombre de la calle, ¿qué le diría?
Que toda esta masa humana está compuesta de individuos. Estoy contra la masificación. Creo en el calor del hombre en forma enraizada.
¿Qué opina del momento nacional actual en cuanto a formas de vida y costumbres?
Que se viva en función del “caché”. Hay una falta absoluta de originalidad. Somos serviles, copiamos todo de todas partes. Pero lo más importante es lograr el “caché” en las cosas. Pesque “caché”, lo revuelca en mugre, y le aseguro que tendrá éxito. No exageraría si definiera este período como “era del caché”… ¿Como remedio? Que nos miremos más a nosotros mismos.
Volviendo a su obra, ¿no ha pensado hacer aterrizar a la “autora” Silly Utternut nuevamente en Chile?
No. Primero, creo que diría lo mismo. En segundo lugar, “nunca segundas partes fueron buenas”…
Algo más personal: ¿por qué fuma pipa últimamente, desde que se ha integrado definitivamente al campo de los escritores?
Porque me gusta. Y la fumo “a pesar de” que sé que más de alguien dirá es por cumplir con aquella condición que pareciera sine qua non en los escritores: la pipa. Es absolutamente cierto que me gusta mucho; cuando hoy por hoy fumo cigarro, siento como si estuviera fumando pipa molida.
Y nos despedimos. El escritor queda tras nosotros, con una taza de café en la mano y dando una chupada a su pipa.