La “buenicia” de Guillermo Blanco

La Época
Domingo 7 de noviembre de 1993
Por Faride Zerán

Escritor, periodista y profesor universitario, acaba de publicar la novela En Jauja la Megistrú, donde muestra un Chile provinciano, nostálgico de familia, amor y solidaridad, con seres llenos de “buenicia”. Un término inventado por él en oposición a la malicia, y que está presente en gran parte de sus novelas y cuentos que son lectura obligada en los colegios del país. Y es que Guillermo Blanco, pese a su natural opción por los matices, a la hora de dotar a sus personajes, no duda. Y no porque le haga honor a su apellido sino más bien como un tributo a la humanidad.

No saca la voz quizás a fuerza de ser tan escueto, pero a sus 67 años el autor de Cuero de diabloSolo un hombre y el mar, Misa de Réquiem, Adiós a Ruibarbo, o Gracia y el forastero, no requiere gritar para ser leído. Miembro de la Academia Chilena de la Lengua, y miembro correspondiente de la Real Academia Española, ha recibido diversos premios literarios que dan cuenta de una pasión, la escritura, pero que esconden la otra, el periodismo. Un oficio ejercido a lo largo de su vida y al que defiende con fuerza, la misma que hoy le pone a su proyecto sobre los últimos días de don Miguel de Unamuno, investigados in situ gracias a una beca del Ministerio de Asuntos Exteriores de España.

¿Cómo se las arregla para compatibilizar pasiones tan intensas como periodismo y literatura?

En el caso de Unamuno se encuentran, porque él es un personaje novelesco. He descubierto un Unamuno distinto al que imaginaba, y por eso mismo no quisiera novelarlo para que no parezca que lo valioso lo puse yo.

¿Y cuán vigente cree que puede ser Unamuno hoy?

Es perfectamente vigente. Como en todos los casos, habrá opiniones de él que estén pasadas de moda, pero su manera de enfrentar la vida, su pensamiento, son importantes. Me encantaría poder despertar el interés de los jóvenes.

¿Por qué? ¿En qué puede cautivar hoy este filósofo y educador, sobre todo cuando el interés por la lectura aquí no es muy grande?

Por ser educador, Unamuno vivió muy cerca de los jóvenes. Era un hombre extraordinariamente joven en su manera de mirar el mundo. La síntesis sería su frase: “cómo no me voy a contradecir si estoy buscando la verdad”. Él creía que la verdad había que buscarla también en las contradicciones, y eso es muy joven, tanto, como “seamos realistas, pidamos lo imposible”. La gracia de Unamuno es que es extraordinariamente vital, con un pensamiento que no es orgánico, sistemático, ni cosa que se le parezca. Es un pensamiento “sentido”, más que un sentimiento pensado, y eso la gente joven puede apreciarlo muy bien.

“La gente joven”, sin duda un público lector al que usted llega, pues varios de sus libros son lectura obligatoria en la enseñanza básica y media.

Sí. Adiós a Ruibarbo es un relato indicado para la enseñanza básica. También, Contando a Chile. Y tanto Gracia y el forastero, que ya pasó los 600 mil ejemplares, como Cuero de diablo, se leen en enseñanza media.

En Jauja la Megistrú, su última novela, recrea un Chile de provincia, con valores como la familia, la amistad o la solidaridad que han un poco el alma de este país, pero que están en contrapunto con aquellos mensajes que entrega la televisión, o con el escaso hábito de lectura de los niños. ¿Qué significa escribir sabiendo que ellos son los lectores?

Yo no sé si los jóvenes serán mis lectores. Cuando escribo –salvo Contando a Chile que fue dirigido a los niños- pienso que el propio texto debe buscar al lector. Uno escribe lo que le sale, y el lector y el libro se entenderán. En este caso, hay un intento de rescatar una época y la provincia, y muchas de las cosas que cuento las viví y son mías.

De partida, es de Talca, como Lute.

Sí, y es algo extraño porque se me ocurrió la historia relacionada con la erupción de un volcán que vi cuando chico. Recuerdo esa erupción, y después me puse a investigar cómo había sido realmente, revisando el diario La Mañana, de Talca. Así empezó a crecer la historia.

Tanto, que no sólo la erupción de un volcán sino también la caída de Ibañez.

Que también investigué, porque si bien recordaba esas cosas directamente, quería saber qué más había para poder completar el recuerdo. Y esos dos hechos son rigurosamente históricos, pero al mismo tiempo, presenciados. Y esta historia chica que pensaba iba a ser un cuento, fue creciendo y se transformó en novela.

Siendo usted un escritor de la generación del 50, sus temas, su tono, son diferentes al de la mayoría de los de su generación ¿No hay una dicotomía entre el mundo bueno que usted muestra en sus novelas, con la realidad de este mundo loco que no mira hacia atrás, ni es nostálgico de nada?

Hay un dicho español que dice: “cada quien habla de la feria según como le ha ido en ella”. Creo que un escritor ve el mundo según como lo ha vivido. Yo soy provinciano, estuve hasta los ocho años en Talca, pero quedé provinciano para el resto de mis días. Gocé en Salamanca porque es provincia, y no creo que en Nueva York hubiera gozado igual, con todo lo que me gusta esa ciudad. Uno escribe con lo que tiene y con lo que es. Yo sé que este tipo de novela no está muy de moda, no se estila mucho. Pero yo no voy a escribir lo que se estila, porque no me sale. Mi esperanza es que al ser yo sincero y espontáneo, alguien se encuentre en lo que hice. Y es muy cierto este Chile de la provincia. Acabo de estar en Talca, donde lancé el libro, y uno se da cuenta de la paz que hay allí. Es lo que uno sueña en Santiago, y es probable que este libro esté empapado de esa nostalgia.

Es nostalgia incluso de algo que no existe, porque la provincia tampoco es tan apacible hoy como lo fue antes. Pero usted da en una esencia del ser chileno que no está en otros autores de su generación. ¿Hay una intencionalidad didáctica, o sencillamente es el alma de hombre bueno de Guillermo Blanco?

No hay intencionalidad y no creo en ella. No creo que se pueda escribir bien con una intención segunda. La novela es un crear mundos, y yo lo hago como creo que Dios lo hizo: respetando la libertad de los personajes, dejando que funcione. Lo que hago es ir reconstituyendo estos mundos, y ojalá que alguien vea lo maravilloso que era vivir en provincia. Está o no está. No hay intenciones, pero no creo que un escritor tenga derecho a ser indiferente a la vida, al mundo, o a las cosas. Pienso que tenemos el deber de tomar posición frente a la vida, pero no podemos usar la novela para eso. Ciertamente, si soy de una manera determinada voy a ver las cosas de una cierta forma. En esta novela, En Jauja la Megistrú, hay un par de personajes antipáticos, y estoy seguro de que otro autor le habría puesto mucho más énfasis a esas partes que el que yo les puse. En cambio, para mí era muy importante contar la bondad de lo bueno, porque eso es lo más rico de mi experiencia.

¿De allí que todos sus personajes son bondadosos, humanos, solidarios?

He llegado a inventar una palabra que no existe: “la buenicia”, equivalente opuesto de la malicia. He descubierto que hay mucha gente con “buenicia” que mira las cosas con “bueniciosamente” en vez de maliciosamente.

Volvamos al hecho de que Gracia y el forastero lleva 600 mil ejemplares, y que sus libros son leídos por los jóvenes, cuestión que muy pocos pueden decir. ¿Qué significa esto para usted?

Ha sido una estupenda sorpresa el que un libro escrito hace treinta años se lea todavía. La otra sorpresa grata es que siendo un libro que reconozco como muy de mi generación, todavía le diga algo a los jóvenes de la actual generación. Es como pensar que en todo momento hay un espacio para el amor, porque es una novela de amor, no romántica como algunos han dicho.

¿Cómo siente que los niños reciben libros como Adiós a Ruibarbo, o Cuero de diablo?

Me extraña el nivel en que han puesto Adiós a Ruibarbo, porque lo leen niños muy chicos, y el vocabulario de ese cuento es muy “culto”. Lo escribí en una época en que estaba descubriendo el lenguaje, y lo recargué un poco. Después hice una versión más sencilla con la esperanza de que los niños que tiene que leerlo no sufran tanto con las palabras raras. Mi única reserva frente a Cuero de diablo era lo que veía tan inventado, tan despegado de la realidad. Pero ahora descubro que no, que lo que allí narro fueron cosas que ocurrieron y que tiene que ver con mi niñez en Talca.

¿Por qué la marca, tanto en su obra como en su vida, de esos cortos años en Talca?

Fue un período muy intensamente y con muy poca interferencia. Cuando uno vive en Santiago, sale de su casa y está en otro mundo. En Talca, yo salía a la alameda y ese era el patio de mi casa. Y seguía caminando y estaba en el campo. No había diferencia, todo era muy natural. Además, yo fui muy libre, habiendo sido hijo único, sobrino y nieto único.

Entonces, Lute tiene bastante de usted.

Sí, y no traté de evitarlo. Lo siento personaje de novela, pero me costaría mucho decir en qué se diferencia de mí.

Volvamos a los niños y al hábito de la lectura, un tema que es importante en este país. ¿Cómo cree que se está dando este proceso en la práctica? ¿Con qué problemas se enfrentan los niños o adolescentes cuando tiene en sus manos un libro que deben leer?

Yo sostengo que leer es un acto de amor. Sin amor no hay conocimiento, y los niños lo saben muy bien. Cuando una materia no les gusta, no la aprenden. No se ha hecho la prueba de la lectura inocente, que significa que los niños lean, y nada más. A los niños se les pide además que analicen, y les dan un marco de análisis. Ese es uno de los problemas. Yo no tengo el espanto por la televisión, porque creo que son opciones. Cuando yo era niño no todos mis compañeros de curso leían, éramos poco lo que lo hacíamos por gusto. Yo, en cambio, no leía los libros obligatorios (ríe).

¿Su percepción frente al tema de la lectura y los niños es que hoy está muy normada, lo que le quita el encanto?

Una vez planteé a unos profesores el desafío de que miraran la lectura en una dimensión lúdica. La lectura como juego, como una actividad en que uno entra en la medida que le guste. Y eso es difícil de compatibilizar con la obligación de evaluar o de poner notas. Pero, para eso son pedagogos.

El tema del periodismo y la literatura le ronda. Cuando usted habla de las investigaciones que hace frente a determinados temas que están en sus novelas o cuentos, aflora el Guillermo Blanco periodista que destaca, por ejemplo, el apego a la realidad de los hechos por sobre la imaginación. ¿Qué significa el periodismo para usted?

Es otra forma de encontrarse con la vida. Todo gira en torno a la percepción de la vida. Creo que uno escribe una novela como En Jauja… porque quisiera ganársela un poquito a la muerte. Es decirle, “como no, me voy a morir, pero de esto que yo viví algo va a quedar”. La literatura es un recado para adelante, y el periodismo es un recado para hoy.

Usted inventó para su literatura la palabra “buenicia”. Pero en su actividad periodística hay un humor diferente, una ironía distinta, como si se tratara de otra persona.

Creo que no. Estuve revisando artículos de hace unos años, y me encontré con uno que se llama “El Sacramento de la Correvuela”, el mismo tema de la correvuela que me ha aparecido en varias partes, y que tiene relación con la vida. Pero en algún momento le descubrí una relación con la actualidad, en tiempos de dictadura. Porque la “correvuela” es una plantilla “carne de perro” que sale de todas maneras, y para mí fue un símbolo de la vida y de la libertad. El periodismo es una actitud frente a la vida de hoy, es unas ganas de decirle algo a la gente de hoy. En la literatura uno no sabe cuándo será leído.

¿Ha tenido que pagar tributo una a la otra? Se lo pregunto porque leí un comentario a un libro suyo donde un crítico decía que su prosa impecable había sido dañada por el periodismo a través del abuso de la frase corta.

Si he tenido que pagar tributo no lo he contado. El lenguaje cortado es mi lenguaje. Entre otras cosas, porque no me gusta la gente que habla mucho, y menos quienes escriben muy largo. Creo que en el estilo cortado cada palabra tiene su valor en plenitud. Tal vez he pagado algún tributo, pero ha tenido algunas cosas positivas. En periodismo, me gusta el lenguaje fresco, y quizás me ha servido en la literatura para buscar términos más concretos. Pero pienso que hay un prejuicio, no creo que el periodismo sea dañino para la literatura. La mayoría de los grandes escritores que yo conozco y admiro han hecho periodismo.

¿Por ejemplo?

Clarín, Leopoldo Alas, autor de La Regenta, considerada la mejor novela española del siglo 19; Benito Pérez Galdós, Azorín, Unamuno, Ortega. Toda la filosofía de Ortega está en artículos de prensa. El periodismo tiene un sentido muy amplio. Chesterton era periodista, y así…

Pero más allá del periodismo, usted se ve como una voz particular dentro de los escritores de su generación. ¿Por qué?

Es posible. Pero en el fondo uno es quien es. Tal vez tiene que ver con el hecho de que yo soy de provincia, lo que no es una casualidad. Eso cambia, por ejemplo, la visión de Santiago. Yo miro Santiago desde Talca, y ellos probablemente la miran desde Santiago. Conozco a todos los escritores de mi generación, y los aprecio. Pero no sé si serán tan tímidos como yo. Además, me parece que hay una diferencia más propiamente literaria, y es que yo me crie con mucho contacto con los autores españoles, y le doy gran importancia al estilo, a la poesía de la palabra, con desmedro de otras cosas, seguramente. No es que no leyera a los grandes conductores como Faulker, Camus. Pero quizás los leía desde un poco más lejos, y después uno vuelve a sus cauces, a su idioma. Hay una vuelta al idioma.

¿Qué significa esa vuelta al idioma?

Creo que el ser humano es humano porque tiene el idioma, tiene las palabras. No podríamos pensar no comunicarnos sin palabras. Y no es solo eso. Pienso que uno no termina nunca de aprender a hablar porque va enriqueciendo las mismas palabras que adquieren un sentido con la experiencia. Por ejemplo, antes de la dictadura la palabra “libertad” la tenía con una definición muy bonita pero más bien abstracta.

“Durante la dictadura aprendí que la libertad era muy concreta, muy específica, muy fuerte. Mi vocabulario cambió, y al ponerle yo esa definición a la palabra, me estoy definiendo yo mismo. En ese sentido, me interesa mucho decir las cosas lo más próximo a lo que yo pienso. Y limo las frases, busco el matiz, creo en los matices. Soy poco de blanco y negro aunque me llame Blanco. Eso obliga a meterse muy adentro de las palabras. Me fascina la escritura torrencial de Isabel Allende, pero yo no podría hacer eso”.

¿Aparte de Unamuno, en qué otros proyectos trabaja?

Tengo un par de libros de cuentos a medio camino, pero tengo que recobrarme de unos veinte años de trabajo muy lento en materia literaria.

¿Por qué?

Por la pela política. Como periodista me metí muy fuerte en la política, a través de la revista Hoy, y antes, en Ercilla.

Pero esa contingencia no la reflejó en su actividad literaria. ¿Por qué?

Todavía. Espero no morirme sin haberla reflejado. Las ganas no me faltan, pero no quiero forzar nada. Santa Teresa decía que la imaginación es la loca de la casa. Y creo que hay que dejarla con su locura hasta que pase por ese tema. Para mí, la dictadura fue una experiencia muy fuerte, la viví, y de ahí tiene que salir algo. Tengo la teoría de que en este pobre continente cada cierto tiempo los militares nos hacen lo que quieren… ¡Pero después nosotros podemos contarlo!