Lenguaje en TV

Crónica inédita, escrita en noviembre de 2002

¿Son los medios audiovisuales los grandes acusados del deterioro idiomático?

Para responder a la pregunta, quizá habría que cambiar lo de acusados por responsables. Creo que ahí está el tema. Acusar es una especie de deporte nacional hoy día, y se lanzan acusaciones con o sin motivo.

Si hablamos de responsabilidad, tendríamos que partir configurando la falta: ¿A qué vamos a llamar deterioro idiomático? Hay opciones. Se podría considerar que existe deterioro en el hábito de comerse letras. O en el uso desenfrenado de palabras extranjeras (a un chileno medio le costaría expresarse si no existieran floppy, compact disc, picí –no pecé–  o show). También podría provocar deterioro el uso de esos vocablos que en Chile llamamos garabatos.

Empecemos por lo de comerse letras. La s final es uno de nuestros guisos predilectos. Sin embargo, devoradores de eses y de otros sonidos hay muchos en el mundo de habla hispana. Centroamericanos, andaluces, extremeños lo hacen tan bien como los chilenos. Podría ser solo un paso más –aunque no un paso alarmante–  en la sana evolución del idioma.

No olvidemos que en sus comienzos, el castellano, el catalán, el gallego, fueron “latines mal hablados”. Igual que el francés, el italiano, el rumano. Cada pueblo adaptó la lengua madre a su propia idiosincrasia. Y lo hicieron en forma tan coherente y creativa que lograron crear idiomas nuevos.

Creo que sí provoca deterioro el uso indiscriminado de términos ajenos (más por ser ajenos que por ser extranjeros). Solemos llamar switches a los botones, compramos hojas de afeitar stainless, reservamos tickets para el teatro. No sabremos inglés, pero nombramos cosas en inglés. Hay un asomo de esperanza: el tiempo suele ayudar a que el lenguaje, que es organismo vivo, absorba esos cuerpos extraños. Un ejemplo es la palabra guachamán, que viene del inglés watchman, y nombra a los serenos y vigilantes de los puertos. No respondía al espíritu del castellano y el instinto popular lo amoldó.

Cuando se habla de deterioro, sin embargo, suele tenerse en mente más que nada el garabato. Sobre esto convendría hacer algunas precisiones. ¿Por qué se considera malhablados a los garabateros? Una de las causas que se dan es que introducen coprolalia el idioma. Coprolalia viene del griego copros: excremento, y lalein: charlar, hablar. La coprolalia –garabateo–  tendría ahí una de sus especialidades.

Si quisiéramos evitarla a toda costa, no podríamos gritar ¡Viva Chile!

Pero ¿quién diría que hay coprolalia y no entusiasmo en el apellido que agregamos espontáneamente?

Otra línea de acción del garabato es la que se funda en evocar –sin gran nostalgia, por supuesto–  la parentela o la anatomía del interlocutor. Es una referencia cada vez más frecuente. Un pasajero de metro o un desaprensivo caminante por la calle creería que el país está habitado por una tribu de ones y onas.

Diálogo típico es: “Hola, guón, costái?”.“Como las güea, guón. ¿Ti acordái de la guá del arriendo? Cagué”.

El guón es un fantasma que recorre Chile. ¿Estaremos por eso sometidos a un régimen de coprolalia o sexolalia?

Creo que al revés. El uso excesivo de esos términos los ha desactivado. Ya no aluden a partes pudendas reales, ni a detritus verdaderos. Incluso la figura materna reviste un carácter altamente abstracto. Igual que las referencias a las antes llamadas mujeres de la noche. Si a alguien lo tratan de guón, ya no se siente insultado (o el país viviría en feroz guerra civil). Tampoco se podría decir que es un lenguaje sucio, si pensamos en la imagen que estos términos despertaban tiempo atrás.

Sin embargo, en lo que toca a los medios audiovisuales, parece que la principal acusación de maltrato al idioma se basa en la abundancia de garabatos. Es cierto que hace diez o veinte años resultaba inaudito escuchar palabras feas en algún programa. Por lo excepcional fue célebre una de las escasas excepciones. Durante la elección presidencial de 1970, un político cabreado con los argumentos de otro, le espetó: “¡No sea guón!”.

Lo grave de los garabatos no está, de hecho, en su presunto contenido. El contenido original ya se esfumó. Lo que debería inquietarnos es precisamente la falta de contenido de esas expresiones de uso diario. Puta, cresta, carajo, ya no dicen lo que decían aunque lo sigan diciendo en el diccionario. Equivalen a una curiosa puntuación oral. Son signos sin significado.

En el fondo, al usarlos no estamos queriendo decir nada: estamos hablando para no decir. Ni siquiera son tonterías: son lo huero. El problema está en el vacío de ideas de esas cáscaras sin fruta.

Si el deterioro idiomático está ahí, los medios audiovisuales tienen cierto tejado de vidrio. Lo que cuesta es imaginar quién puede tirar la primera piedra. En un país tan lleno de ones y onas sería injusto pedir a la gente de la tele que se exprese con el exquisito fraseo del maestro Peñaloza. Serían tan excepcionales que correrían peligro de que no les entendieran.

¿Significa esto que no se habla mal en televisión? Nada de eso. Si uno oye los noticiarios –pero los oye, no se limita a dejarlos sonar simplemente–, se encuentra con uno de los peores fenómenos de deterioro.

Hay derecho a pedir que las noticias den cuenta de hechos reales,  hechos que ocurren en el mundo en que vivimos. Si uno las oye, sin embargo, parecen ocurrir en un planeta muy distinto del nuestro. Se ha impuesto un lenguaje que las aleja del mundo y de la vida. Una especie de terminología mitológica. Ahí nada parece llamarse como se llama realmente. Existe una suerte de temor supersticioso a decir que el pan es pan y el vino es vino. Más que informar de lo que ocurre, parece que la idea es traducirlo al rebuscado. Ensiutiquecerlo.

Un ejemplo entre mil posibles: cuando dos autos chocan en una esquina, nos cuentan que “una colisión entre dos vehículos se registró en la intersección de las arterias tal y cual”…

A veces este distanciamiento vía rebautizo llega a extremos grotescos. Es muy fuerte en algunos periodistas el prejuicio de que en este proceso de traducción tienen que poner sus frases en voz pasiva. Si alguien hace gestiones, para ellos es que “las gestiones están siendo realizadas por alguien”. Los proyectos de ley no se aprueban: “han sido aprobados”. Y cuando pasa al revés, “el proyecto no logró ser aprobado”. (¿Qué esfuerzos hizo el proyecto que no logró su propósito?).

No llama la atención el que haya “cadáveres que no lograron ser rescatados”, o un incendio –perdón: “un voraz incendio”–  que “no logró ser extinguido”. Daría para el Guinness un reportero que hace años contó que en Concepción, un delincuente “logró ser aprehendido por la policía”. Hizo escuela: en un diario de hoy una asesina “logró ser capturada”.

El fetichismo de la voz pasiva es un orín. Ataca a la estructura misma del idioma. Ahí sí que existe deterioro. ¿Por qué si se construye un puente es forzoso decir que “un puente está siendo construido”? ¿Hay alguna ventaja en hablar de obras que “están siendo realizadas” en vez de obras que se hacen? La frase mágica, ¿se pronunciará eistan siendou?

El castellano tiene una ventaja sobre el inglés: lo natural es la voz activa. Y una desventaja: la voz pasiva suena mucho más. He has come no mete la bulla que mete Ha venido.

El desarrollo natural de un idioma tienden a la sencillez. El viejo vuestra merced se convirtió en vuesarced y terminó en usted, y va en vías de quedar solo en tú.

El periodistés, esa jerga que muchos se sienten forzados a emplear, no simplifica: complica. Un chofer que iba borracho se traduce a “un conductor que manejaba en manifiesto estado de ebriedad”. Los delincuentes que huyen no huyen: “se dan a la fuga”. Un juez que se respete no entra en la sala: “hace su ingreso”. Después “hará abandono” en vez de salir. Si fue ayer en la tarde, será “en horas de la tarde de ayer”. En las casas, a veces se corta la electricidad. En los diarios y en la tele verá que “se produjo una interrupción en el suministro de energía eléctrica”.

Preguntaba recién quién puede lanzar la primera piedra contra la televisión. No el periodismo escrito, por cierto. Parecen imitarse mutuamente. Entre las pocas exclusividades de la tele están ciertas exquisiteces de viva voz. La palabra latina medium se pronuncia mídiam. El no menos latino plus –que nosotros tenemos en plusvalía, por ejemplo–  también es inglés: plas. Y premium es prímiam. Podría ganar medalla lo que se ha hecho con medio. Teniéndolo en casa, lo reimportamos del inglés. En inglés, como en latín, el plural es media. En castellano es medios, pero no sirve: adoptamos el media.

El tema da para largo.

Pero ¿dónde se deteriora más el idioma? No hay duda: es peor el empleo rasca de términos ajenos al espíritu de la lengua que la introducción de un par de garabatos caídos; peor el rebuscamiento verbal que el tragarse unas eses. En la tele y fuera de la tele, se está hablando y escribiendo el castellano como si fuera una segunda lengua. No aquella con que nos criamos, sino una ajena, aprendida a medias.

Volviendo a la pregunta, los medios audiovisuales son muy acusados. Pero no son más responsables ni que los medios escritos ni que algunos acusadores.