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1 de septiembre de 2010 

Liliam Calm recuerda a Guillermo Blanco, su profesor de redacción en la Escuela de Periodismo de la UC. El “cuidado por el lenguaje era su preocupación primordial cuando el término multimedia creo que ni existía y las clases de Redacción eran verdaderamente importantes (espero que hoy lo sigan siendo… no digo lo contrario)”.

Me remeció la noticia. Don Guillermo había muerto. Don Guillermo Blanco, a quien no le despintábamos el “don”, porque como profesor de Redacción, o más bien maestro, nos marcó en esos primeros años de la Escuela de Periodismo de la Universidad Católica, especialmente a quienes integramos las cuatro generaciones pioneras de la vetusta casona de San Isidro esquina Eyzaguirre.

Sé que siguió haciendo clases, pero yo me circunscribo a ese lapso en que se completaron los cuatro cursos, y él llegaba muy temprano y puntual (no fallaba), con su semi sonrisa y su pipa algo ladeada. Era muy mayor, aunque ahora calculo que le faltaban años para cumplir los cuarenta y, como nadie, sabía imprimirnos a fuego el uso correcto de las palabras y siempre de la sintaxis.

Porque a lo que fuera, hasta la cotidianeidad, sabía darle trascendencia con su estilo tan particular. Y no porque fuera grave. Muy por el contrario. Tenía un agudo sentido del humor. Si mal que mal fue el escritor que junto a Carlos Ruiz-Tagle, también fallecido, escribió “Revolución en Chile”, un libro de verdadero humor, fino y a la vez criollo, que hizo época y que supuestamente estaba estaba escrito por una gringa que describía Chile sin entenderlo. La autora, creada por la imaginación de ambos escritores y que las nuevas generaciones no han conocido, era Sillie Utternut, que puede traducirse libremente como… Tonta de Remate. Se supone que ella era una norteamericana que venía a cubrir las elecciones presidenciales de 1958. Después supe que era tanto lo que los dos verdaderos autores (que se identifican en el libro como “traductores” de Sillie) se reían al escribirlo, que avanzaban poco.

En una entrevista Carlos Ruiz-Tagle me explicaba años más tarde la diferencia de estilos: “Guillermo es más explícito (…) Para mí constituye una gran satisfacción poder suprimir una palabra. Por eso él dice que yo soy astringente como un secante”.

Puntualizaba que la iniciativa les permitió, por comparación, ver las características de sus estilos. “Guillermo Blanco tenía mucho miedo de que yo transformara ‘Revolución en Chile’ en un cuento de diez páginas. Además, él tiene un gran cuidado por el lenguaje, que yo no tengo. Sin embargo en el libro logramos un equilibrio. Además debíamos someternos al estilo de la gringa”.

Ese cuidado por el lenguaje era su preocupación primordial cuando el término multimedia creo que ni existía y las clases de Redacción eran verdaderamente importantes (espero que hoy lo sigan siendo… no digo lo contrario).

Guardo esos cuadernos para repasarlos algún día y, también, consejos suyos que se me quedaron grabados: “¿Quién les ha dicho que no se puede poner coma antes de la conjunción “y”? Si hay una enumeración anterior, hay que ponerla. No hay ninguna norma gramatical que sostenga lo contrario. Sería como determinar: “no debe ponerse coma antes de ‘gato’”.

Nos prohibía usar la palabra blanda “cosa”, que puede servir para sustituir desde el alma hasta una betarraga pasando por una limousine o un papagayo. Una de las últimas veces que lo vi, hace ya varios años, le confesé ufana: “Don Guillermo, es tanto lo que me marcó que nunca he podido escribir la palabra ‘cosa’”, y ante mi estupor, yo que había sido tan fiel a sus enseñanzas, me contestó riendo: “No, pues, no sea exagerada. Había que hacerme caso pero hasta por ahí no más”.

Mucho antes de “Gracia y el Forastero” y otros libros que vendrían después escribió “Sólo un hombre y el mar”, conjunto de cuentos donde a mi juicio y el de muchos hay una pieza maestra: “Adiós a Ruibarbo”. Lo encontré, dedicado, entre mis libros e, inevitablemente, algo entierrado. Ya está desempolvado, listo para releerse. Comienza así: “Mañana a mañana, casi al filo del alba, el chico llegaba a sentarse en la acera empedrada, frente al portón de la panadería”.

Curiosamente Guillermo Blanco, académico de la Lengua, recibió el Premio Nacional de Periodismo. Curiosamente, porque a pesar de sus escritos en distintos medios, siempre preocupado del idioma, siempre maestro del lenguaje, por sus cuentos y novelas debió haber recibido el de Literatura. A ello se debe que cuando quería exhibir su inigualable ironía se presentaba como “Guillermo Blanco, escritor, Premio Nacional de Periodismo”.

En tanto, parece que voy a pasar por alto mi última conversación con él. No creo que después de haber sido alumna suya pueda recurrir a la palabra “cosa”, por mucho que él me haya dicho que había que hacerle caso, pero hasta por ahí no más.